Crónicas de un Asesino de Buenos Aires-Otros Relatos
Un libro de Claudio Goldini
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Relatos que enmudecen al lector. Sorprenden, aunque por momentos se anuncian con indicios. La vida, la muerte, el sexo, lo cotidiano y lo trascendente aunados en breves historias hechas con la estofa de lo humano. Por momentos a modo de relatos salvajes, sin velo, descubren la verdad subjetiva mostrando los rostros crueles, temerarios, impulsivos, en algunos casos bajo una compulsión que desorbita al propio sujeto. Las contradicciones entre el amor, el deseo, lo pulsional que llevan en su deriva a los personajes, tocando la tragedia desde lo cotidiano, con un tono por momentos que recuerda a los Cuentos de amor de locura y de muerte de Quiroga y en otros al Manual Sadomasoporno de Laiseca. A partir de diálogos escuetos y de escenas que relatan la atmósfera de lo siniestro, el texto mantiene en tensión al lector hasta el final. Final que se advierte no tan lejano y que va dibujando en cada instante el horizonte de la muerte.
Otra historia la de asesino, que profundiza la línea de los relatos hasta llegar a ese tan bien señalado reverso que muestra la perversión como la contracara de la neurosis. Dice el asesino: “Lo que yo pienso que soy, no lo soy. Soy al revés. Cuando los demás me miran me miran al derecho, yo me miro en el espejo al revés. La imagen que tengo de mí es al revés.”. Esa pulsión que lo empuja a satisfacerse, como el hambre sin límites que acaba repitiendo siempre la misma escena, el mismo fantasma, la misma sujeción y los mismos miedos. Miedo al deseo femenino, al que castiga con su sadismo. Violencia desatada, donde lo femenino es visto por él como si fuera un objeto abyecto. La brutalidad desbordada en actos de violencia frente su impotencia. El deseo femenino lejos de constituir un deseo para el otro o el deseo del Otro, lo deja impotente y desata la más descarnada violencia sádica. La misma crueldad y la fijeza frente a un goce mortífero. Las escenas e historias, aunque diversas tienen un patrón común. Como Sade, el goce en la degradación, en lo abyecto, en el crimen, que se realiza y se satisface en la muerte. También tiene su cómplice. Aunque parece autónomo a pesar de esa escisión del yo que lo hace perfectamente funcional en el mundo y bestial en la intimidad, su imperativo sádico tiene una raigambre que se devela al fin cuando hasta Dios lo abandona.
Tanto el relato de asesino como los otros relatos nos cuentan historias de desolación, soledad, tristeza, crueldad, dolor, en fin… de vidas y muertes que en distintas tonalidades nos acercan a los límites de la condición humanad. A todo aquello que angustia y que los neuróticos tapamos con un velo, y que los perversos suelen descubrir.
Diana Fernandez Zalazar.